miércoles, 29 de agosto de 2012

Buenas Noches

Buenas Noches a todos:
Mi nombre es Julián y tengo 22 años de edad. Hoy vengo a leer, creo haber aprendido a hacerlo hace unos años, al igual que ustedes lo hicieron en su momento.
Un día lunes cuando esperaba en el útero jugando al “ca-chi-pun” con la placenta una mujer regaló a mi madre una pequeña cuna. La cuna era un adorno; cabía en un bolsillo, pero creo que nadie nace Pulgarcito, y si hay un hombre miniatura todavía no tengo el placer de conocerlo. Extraño regalo fue aquel; sin explicación, sin uso práctico, una menuda cunita de aspecto tierno. Pero ¿Por qué tal regalo? La mujer era una extraña visita a la consulta, una cara nueva que no parecía humana. Venía con su hija, una pequeña niña de 6 años, rubia, con margaritas y adenoides que no la dejaban respirar tranquila. La mujer sabía por la secretaria que mi madre se iría con prenatal (cosa que al parecer no hizo luego) y luego de conseguir una hora se dirigió a la consulta con la cunita en una mano y con una pequeña mano en la otra. Días antes la niña la vio hacer la cuna: hilando, usando algodón y pequeñas piezas de maderita. Siete espinas esperaban en la mesa, al lado de una almohadita y un colchoncito. La niña, inocente como tal, le preguntó: “Mami, ¿Qué estás haciendo?” Su madre, sorprendida con la aparición de la pequeña en el cuarto le dijo “Mi amor, a veces hay gente que es feliz, niños con papá y juguetes, niños que nacen en una cuna de oro y blandos almohadones. Cuando yo terminé esto uno de esos niños morirá dentro de su madre, y los juguetes que no serán de nadie serán para ti. ¿Qué te parece? La niña confundida se fue a dormir con la garganta abultada. Paso la consulta y la niña fue operada exitosamente. Ahora podía respirar bien y jugar con sus amigos del barrio. Mi madre empezó a tener horribles dolores y casi me perdió 3 veces. En la mesa de la consulta se mecía una pequeña cuna con siete espinas, maldiciendo hacia adelante y hacia atrás en un balanceo incesante el nacimiento de un niño. La extraña mujer volvió con la pequeña, sonriente luciendo sus margaritas entre un harapiento vestido. Tenía hora para chequeo. Mi madre, llegando al último trimestre de su embarazo la recibió cordial y le mostró que tenía la cunita, con las espinas durmiendo en su interior, en la mesa. La mujer solo emitió una leve sonrisa. Todo estaba bien, el plan era perfecto y yo me podría mientras la placenta se aburría. Pero algo pasó; la niña, feliz de poder volver a dormir sin ahogarse y salir a jugar tranquila con sus amigos se devolvió a la consulta, tomo a mi madre de la mano y le dijo: “No juegues con esa cuna, es mala. El niño que nazca en ella se va a pinchar porque tiene espinas”. Volteó rápidamente su pelito rubio y se fue.  Mi madre le contó esto a mi padre,  que extrañado no hallo mejor respuesta que decirle “Quémala y bótala”. Y así fue. Incinerada la cuna de espinas, mi madre consulto a una amiga de la familia, tarotista de barrio, que le dijo: “Esa es una de las peores maldiciones, se regala un artefacto maldito de siete sellos para  matar un bebé haciendo que nazca muerto, con el alma bebida por el Diablo, para que este envía dinero y poder a la persona que lo invoca. Es magia negra, oscura, ¿Quién te lo dio?” Mi madre no le dijo, solo le dio las gracias por el aviso y se fue pensando esperanzada en que la pequeña no cambie y pierda esa inocente gratitud que salvo la vida de su primer hijo.
Podría haber contado otra cosa: al principio pensé en compartir la experiencia del hombre que espera: un humilde obrero de construcción que esperaba al amor de su vida con un ramo de rosas baratas todos los días Martes en una esquina de mi barrio. Un buen hombre por lo demás: siempre que lo veíamos hacia un guiño, creyéndose matador, una especie de Don Juan venido a menos, pero aún así Don Juan al fin y al cabo. Lástima que este gentil hombre,  mal afeitado a este punto, agónicamente siete ramos de su sueldo desperdició por siete días, pues la persona que esperaba nunca trabajó en mi casa ni en ninguna aledaña vivía.  
Pero no, no servían. Una vez un amigo me contó que un amigo de él capturó un duende un Miércoles. Sí, un duende, pequeño hombre del bosque. No era un vulgar enano acondroplásico,  era un noble gnomo. Mientras caminaba por Reñaca luego de comer unos suculentos champiñones lo vio ahí, esperando la micro. Corrió a la tienda de Don Homero y le pidió a Darío, uno de los hombres que atendía allí, que le vendiera una soga y un pañuelo. - “$2.000 pesos” le respondió. Acto seguido llamó a otro amigo y juntos asaltaron al gnomo: a plena luz del día lo noquearon, lo drogaron y lo amordazaron, para cargarlo por las escaleras a su casa. Cuando el gnomo despertó no estaba esperando la micro para ir al bosque a almorzar con su señora; se encontraba amarrado en un armario con un pocillo con agua y una zanahoria aguardando a su lado.  Según me contaron parecía un conejillo de indias tamaño enano, pero eso solo lo cuentan. Los amigos se veían afuera mirando por los espacios de la puertecilla del armario, expectantes, a la espera de un conjuro o una blasfemia del pequeño ser. Pero nada. Este a su vez los miraba esperando un pie que lo aplastara o hasta que lo violentaran. Pero no. Un sapo de micro, la madre del amigo y 2 pacos llegaron a salvarlo; se llevaron a los jóvenes y su bolsa de estupefacientes y allí quedó el enano, perdón – gnomo -, sollozando, olvidado en el armario.
En el llanto del gnomo recordé algo importante que podría haber contado: Hoy jueves recordé al despertar que es el día largo, pero también el día en que vengo a este taller. De entrada sé que voy por otros motivos, pero al entrar recuerdo que tengo el pelo desordenado, patillas de teleserie de época y que el 99% de los asistentes doblan mi edad o más. ¿Importará tanto? Me siento en mi silla y tomo leche como cualquier otro, y en ese momento, y por primera vez en todo el día, entre clases y tutorías de campo clínico, siento que estoy cerca de una relación simétrica con los doctores: me aleja de la realidad que yo mismo formé a lo largo de 3 años.  Cada vez que llego, observo y con suerte conozco a mis docentes: a veces viene Pablo de sexto y siento un poco de empatía en esto de sentirse a la par con doctores en por lo menos algo… nuevamente lo pienso y también hizo florecer una esperanza que al momento de estudiar había perdido: se puede ser profesional, pero también se puede ser amante de las pasiones artísticas que nos empañan de humanidad. Después de unas horas (que se hacen pocas) de cuentos, fantasía, sueños, locura, muerte… y bueno algunos poemas poco amigables también, me voy a mi casa feliz de que fue Jueves, aprendí más aún  y pude ser solo yo, una opinión igual a la de los demás  ya doctores y otros invitados que espían como yo el “Taller de Literatura para Médicos” con aires de asombro ante tal sin sentido.
   Va… cuando me di cuenta que ya estaba en mi casa, día Viernes, y crecí. Sí crecí. Me quedé chico pero creo que estoy pareciéndome a un adulto. Hace poco estaba entre libros Santillana e instrumentos de palo, enlodado en las canchas de rugby, quemando los libros de editorial Zigzag a final de año y con poca a nula noción del exterior. Solo crecí y ni siquiera me di cuenta de cuando deje de hacerlo. Odiaba el colegio, y todavía lo odio. Esperaba ansioso el Viernes, el loco Viernes. Salir corriendo mochila a cuestas, obviar la fría despedida del portero (o el guardia de penitenciaria que sobraba por ahí), cruzar la calle sin mirar, y subirme al auto de la señora Pilar que nos llevaba al hogar junto con los gemelos Lermanda. Llegar los Viernes siempre era diferente: comida rica y variada, luego las llamadas de los amigos, y hacíamos más de un desmán: recuerdo tomar mi patineta y salir a recorrer el barrio, tal vez grafitear inteligentemente alguna estupidez afuera de mi casa, o entrar de incógnito al colegio que quedaba cerca para patinar en pisos de cerámica. También recuerdo un lumazo del guardia y un gran escape al bosque de pinos para esconderse del retén de carabineros. Qué más da, a los 14 años solo nos divertíamos y no éramos ningún “Cisarro”. ¡Ah verdad! También los amigos más grandes mostraban su ingenio; más de una vez nos llevaron a comprar AXÉ para hacerlos explotar en fogatas: cajas llenas de desodorantes que no tenían mayor función que simular un ambiente guerra mundial entre las dunas, hoyos que paleábamos por 3 días (alias BUNKERS), los cerros, el viento, y si alguna vecina se ponía histérica podía incorporarse a la batalla un camión de bomberos o un ADT security. Lindos Viernes.
Todos los sábados me dedico a conmemorar los himnos de mi extendida edad del pavo con mi mejor amigo y mi abogado. De este modo todos los sábados son felices, más de lo que cualquier persona podría imaginar, pues no miramos con melancolía el pasado, sino que lo vivimos nuevamente; ser y no ver. Existir nuevamente en pretérito de manera activa, y renacer entre carne y hueso, comiendo extasiados el polvo de nuestra felicidad. No hay nada mejor para el hambre que esto, nada mejor que el sonido para calmar las almas de los que aún jóvenes se sienten envejecidos.
Me queda un día, el Fomingo – “Ha, podría ser esta la historia buena”: de niño soñaba con un crucifijo al final de un pasillo de mi casa, y en ese crucifijo el niño Jesús, con gacha melena, lloraba. Nadie quería jugar con él, o eso me contaba, por lo que todos los Fomingos de su cruz bajaba y  me perseguía por el pasillo hasta que mi almohada lo ahuyentaba. Semana tras semana me seguía, por el living, por el comedor, al baño, en el refrigerador y ni siquiera podía ver televisión sin que apareciera con su enanés desde dentro de un cajón. Hasta que un día (y vaya que santo día) el mañoso de Jesús dejó de molestarme, así que pude aprovechar mejor la mañana del Fomingo, recreándome en el arte y la imaginación a su máxima expresión… durmiendo.
Y dormido ya, como más de algún lector presente, puedo decir que no tengo mucho más que relatar; parece que es difícil contar cuentos, y eso que el Dr. Bastías lo hace ver tan simple y bonito ¿¡cómo será contar uno bueno!?  Creo que tengo tiempo para llegar a eso y hoy no es el momento pues solo expongo, leo: y esto que les leo, ¿qué es? Son puros cuentos, si me creen o no da lo mismo, porque el papel se arruina, las palabras se las lleva el viento, y los archivos Word en algún momento no serán todos compatibles y se perderán como los disquetes. Muchas gracias, y nuevamente Buenas Noches.

(A los 24 y habiendo renunciado al negocio de la medicina me di cuenta que no estaba tan mal; arte médico e inteligencia militar son excusas, no diferentes unas de otras).

No hay comentarios:

Publicar un comentario